Al inicio de este viaje nunca pensé que llegaríamos a un sitio tan popular como Bali, isla que uno sólo menciona en sueños que no suelen hacerse realidad. Pues allí estábamos, después de una travesía de 3 horas en el ferry local.
Llegamos a Padang Bay, un pueblo chiquito situado en una bahía al este de la isla. Es popular porque desde aquí se cogen los barcos que llegan a las famosas y turísticas islas Gilli. Comparado con Lombok, Bali es el paraíso del guiri: sólo nos cruzábamos con extranjeros que estaban allí para bucear o de camino a cualquier otra parte de Indonesia.
La búsqueda de posada fue un poco penosa. Pasamos por dos sitios distintos antes de dar con nuestro pequeño paraíso: la pensión Celangi, un hostal que lleva una familia encantadora y que sirve unos desayunos copiosos en una terraza con vistas al mar.
Al contrario que Lombok, que es una isla de mayoría musulmana, Bali es una isla donde la religión principal es el hinduismo. Es un hinduismo un poco especial porque mezcla las creencias hinduistas y animistas con el culto budista. Por eso es muy común encontrarte con pequeños templos dentro de las casas, en medio de la calle o al lado del mar, donde se venera a distintas deidades. Cada mañana las mujeres preparan pequeñas ofrendas con hojas de plátano que contienen flores y arroz. Además, encienden incienso y perfuman las casa con distintos aromas así que, pases por donde pases, te encuentras estancias y calles decoradas con mil colores y olores muy intensos.
En Padang Bay hay una cala que se llama “Blue Lagoon”. Tiene aguas transparentes color turquesa y se pueden ver todo tipo de peces, mantas rayas y corales. Y eso sólo con las gafas de buceo. Tras pasar la mañana en la playa solíamos ir a un restaurante cercano donde daban de comer muy bien. El curry de pescado y un plato local llamado “Gado Gado” eran nuestros platos preferidos. Este último consiste en una mezcla de verduras aliñadas con una salsa de cacahuetes medio dulzona.
Al lado de la Blue Lagoon hay un templo hinduista con vistas al mar. Vimos a mucha gente muy arregladita dirigirse hacia allá y nos fuimos detrás. Llegamos a la zona de oración donde había un altar adornado con flores y arroz y varias estatuas de santos. El encargado del templo ofrecía agua y arroz a los dioses y después oficiaba una pequeña ceremonia para los fieles allí congregados. Nos dejo entrar a verla sin ningún problema y al final nos regaló una flor a cada una.
El último día en Bali lo empleamos en visitar uno de los bonitos palacios sobre el agua que hay en la costa y el pueblito de Tenganan. El primero es una construcción de mediados del siglo veinte que ha albergado a distintos príncipes balineses y a toda su prole (la poligamia es lo que tiene) y que ahora es una atracción turística. Tiene unos jardines espectaculares y es el lugar perfecto para relajarse. Por otro lado, el pueblito de Tenganan es famoso por sus artesanos, que dibujan motivos balineses en tablillas de madera y confeccionan pashminas tejiendo en telares antiguos.
Antes de entrar al pueblo decidimos almorzar algo rápido. No encontrábamos ningún restaurante ni puesto callejero, así que preguntamos a una mujer que estaba vendiendo en la calle si sabía donde se podía comer un arroz. Ella, toda resuelta, dijo: ¡pues en mi casa! Y sin darnos cuenta, mientras se reía a carcajadas, nos subió en su moto y nos llevó a su humilde morada en medio de la selva. Allí empezó a sacar todo tipo de preparados caseros que guardaba en bolsitas de plástico. Mientras comíamos nos enseñó fotos de su familia. La comida estaba buenísima y, la verdad, fue uno de los mejores momentos del día. Después nos volvió a subir en la moto y nos dejo a la entrada del pueblo de artesanos.
El pueblo de Tenganan es muy pintoresco. Hay gallos con las plumas teñidas de colores muy intensos (rosas, azules, amarillos) y gente que está dibujando y tejiendo por todas partes. Conocimos a un carpintero que diseñaba muebles espectaculares. Se nos pasó el tiempo tan rápido que perdimos el último tuk-tuk que salía hacia Padang Bay, así que no nos quedó otra que hacer autostop para que nos acercaran. Tuvimos suerte y un par de señores que iban a un templo cercano nos acercaron por el precio del tuk-tuk. Así, tan contentas en la parte de atrás de una furgoneta regresamos al hotel.